martes, 2 de septiembre de 2014

Los hipócritas: vida de lujo y defensa del ecologismo

A menudo en este blog, hablamos de un cierto tipo de coherencia para referirnos a la concordancia entre lo que defendemos y lo que hacemos, entre nuestra teoría y nuestra práctica. Así, catalogamos de coherente, por ejemplo, al que dice preocuparse por el deterioro del medio ambiente y defender ciertas actuaciones de ahorro y, además, en su vida diaria usa los recursos siguiendo los principios de la mesura y el cuidado. Naturalmente, lo que para unos puede ser una medida austera (usar unos 100 litros de agua para ducharse o ducharse una vez al día), para otros es un despilfarro. Pero creo que podríamos acordar cierto rango admisible para los diferentes consumos que tenemos que realizar. Hay preguntas que pueden ser buenas guías para saber si vamos por el buen camino: ¿es este consumo/uso que hago –o que X hace- deseable y sostenible si fuera seguido por todos los seres humanos?, ¿este consumo/uso supone un nivel de vida innecesariamente por encima de lo razonablemente deseable? Una respuesta negativa a la primera pregunta y una positiva a la segunda suelen ser indicios de que la conducta enjuiciada va mal.

Puede haber casos en que quizá no veamos clara la respuesta a las preguntas al plantearnos un caso concreto, o no se generen las mismas respuestas por parte de diferentes individuos. Sin embargo, no creo que estos casos sean de verdad preocupantes respecto a la coherencia. Los casos preocupantes son aquellos que son claros: casos en que nadie duda que el despilfarro que supone una actuación o modo de vida es intolerable. ¿Ejemplo? El típico modo de vida que sigue un millonario. Esto suele implicar, por hablar solo de la vivienda, varias casas enormes con instalaciones y terrenos del todo desproporcionados en cuanto a dimensiones, gasto y abuso innecesario de recursos. Todo lo considerado de lujo, en general, no es razonable. Desde luego, una vida de lujo no es coherente con ciertos discursos sobre la sostenibilidad, el ecologismo y demás. Es más, cuando hay mucha distancia entre la teoría que uno defiende y su práctica diaria, se habla propiamente de hipocresía. Es el caso de Al Gore y otros famosillos de turno que, abanderados de la causa ecológica en general o de alguna en particular, viven tan alejados de lo que supone aquello que defienden que solo pueden ser catalogados de hipócritas con mayúsculas o de inconscientes totales a los que habría que incapacitar legalmente.


Un mundo más sostenible implica una vida más austera de la que, por término medio, llevamos en el primer mundo. Y muchísimo más austera de la que llevan los millonarios y famosos en general. Los que no somos millonarios tenemos algunas actitudes coherentes y otras no tanto con la causa ecológica. Comprarse dos camisetas cada mes es algo del todo innecesario e incoherente con ciertas ideas que presumiblemente defendemos. Quizá nadie llegue a calificarlo de conducta hipócrita porque dos camisetas, por innecesarias que sean, son una minucia. Lo que tenemos que preguntarnos es en qué medida nuestra coherencia se debe a lo que nos obliga nuestra situación económico-social, y si no seríamos igual de hipócritas que los ricos de turno si nos lo pudiéramos permitir. Como siempre, el primer paso para militar en cualquier causa es la autocrítica.

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