Una persona cercana me sugirió hace
tiempo el tema del que voy a tratar hoy en el blog. Es una de las conductas
menos racionales que vemos a diario: la envidia -insana-a los iguales (en clase
social). Y, para adobarlo, su acompañamiento perfecto: la admiración –sana- al
superior en la escala social. Vamos a desarrollar un poco el tema.
Por otro lado, un sentimiento que
suele presentarse también a menudo, y que casi forma un pack con el descrito anteriormente, es la admiración que sentimos
por alguien ligeramente superior respecto a nuestra posición social. Esta
admiración suele ser sana (esto se sabe porque la persona no despierta en
nosotros antipatía, a diferencia del caso anterior; si no la conocemos a fondo,
mantenemos la objetividad de no odiarla gratuitamente). Me refiero a esas
personas que están ligeramente por encima pero que son accesibles porque nos
encontramos con ellas aunque no sea a diario (dejo de lado el caso de los ricos
de verdad). Por ejemplo, los que en
el trabajo tienen una categoría bastante superior a la nuestra (pero sin ser
nuestros jefes), los que ganan tres o cuatro veces más que nosotros, los que
tienen propiedades a las que sacar un rédito… En definitiva, aquellos que no
tenemos demasiado lejos pero que no son nuestros iguales porque, desde nuestra posición, no podríamos llevar su vida
por mucho que ahorráramos o cambiáramos ciertos hábitos.
Es de destacar que, generalmente,
la diferencia original entre esos que admiramos y nosotros es atribuible a la
suerte. Casi siempre se trata de personas que han heredado un negocio, o
partían de una mejor posición económica familiar, o han conseguido su puesto de
trabajo por enchufe, etc. En fin, que no tenían difícil llegar a donde han
llegado. En cambio, la diferencia entre los iguales que se lo han montado mejor
y nosotros suele ser que ellos se han esforzado más. Así que resulta que
tenemos manía al que se esfuerza y admiramos al suertudo. Triste panorama.
¿Tendría que ser al revés; es
decir, tendríamos que envidiar con rabia al que está por encima y admirar al
semejante que se esfuerza? Tampoco, aunque, de entrada, sería más razonable. Como
siempre, hay que intentar indagar en las causas de nuestro comportamiento. Una
vez identificadas las causas, ver a qué intereses sirven. Y comprobaremos que casi
nunca son nuestros intereses.
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