viernes, 5 de septiembre de 2014

La envidia entre iguales y la admiración al superior

Una persona cercana me sugirió hace tiempo el tema del que voy a tratar hoy en el blog. Es una de las conductas menos racionales que vemos a diario: la envidia -insana-a los iguales (en clase social). Y, para adobarlo, su acompañamiento perfecto: la admiración –sana- al superior en la escala social. Vamos a desarrollar un poco el tema.

La envidia, nada o poco sana, al igual es la envidia que tenemos al compañero de trabajo, al vecino, al conocido, al pariente, etc. –es decir, a alguien más o menos con nuestra posición social- que vive más desahogado o que se lo ha montado mejor que nosotros. Quizá gana lo mismo que nosotros, o un poco más, pero, por ejemplo, no tiene deudas, o ahorra más, o no despilfarra. El hecho es que, pudiendo estar en nuestra misma situación económica (o nosotros en la suya) está algo mejor. Como resultado, tiene un coche mejor o más nuevo, o mejores vacaciones, o menos deudas. Bien, pues a menudo, esta situación genera en nosotros cierto resentimiento hacia ese igual. Una especie de envidia rabiosa que nos hace convencernos de que la rabia que nos produce esa persona se debe a que nos cae mal.

Por otro lado, un sentimiento que suele presentarse también a menudo, y que casi forma un pack con el descrito anteriormente, es la admiración que sentimos por alguien ligeramente superior respecto a nuestra posición social. Esta admiración suele ser sana (esto se sabe porque la persona no despierta en nosotros antipatía, a diferencia del caso anterior; si no la conocemos a fondo, mantenemos la objetividad de no odiarla gratuitamente). Me refiero a esas personas que están ligeramente por encima pero que son accesibles porque nos encontramos con ellas aunque no sea a diario (dejo de lado el caso de los ricos de verdad). Por ejemplo, los que en el trabajo tienen una categoría bastante superior a la nuestra (pero sin ser nuestros jefes), los que ganan tres o cuatro veces más que nosotros, los que tienen propiedades a las que sacar un rédito… En definitiva, aquellos que no tenemos demasiado lejos pero que no son nuestros iguales porque, desde nuestra posición, no podríamos llevar su vida por mucho que ahorráramos o cambiáramos ciertos hábitos.

Es de destacar que, generalmente, la diferencia original entre esos que admiramos y nosotros es atribuible a la suerte. Casi siempre se trata de personas que han heredado un negocio, o partían de una mejor posición económica familiar, o han conseguido su puesto de trabajo por enchufe, etc. En fin, que no tenían difícil llegar a donde han llegado. En cambio, la diferencia entre los iguales que se lo han montado mejor y nosotros suele ser que ellos se han esforzado más. Así que resulta que tenemos manía al que se esfuerza y admiramos al suertudo. Triste panorama.


¿Tendría que ser al revés; es decir, tendríamos que envidiar con rabia al que está por encima y admirar al semejante que se esfuerza? Tampoco, aunque, de entrada, sería más razonable. Como siempre, hay que intentar indagar en las causas de nuestro comportamiento. Una vez identificadas las causas, ver a qué intereses sirven. Y comprobaremos que casi nunca son nuestros intereses.

No hay comentarios:

Publicar un comentario