viernes, 22 de agosto de 2014

La identidad colectiva hoy en día

No hace mucho tiempo en Francia se produjo la expulsión del país de ciertos europeos pobres pertenecientes a una etnia y cultura despreciadas. También hace pocos años se produjeron en ciertas zonas suburbiales algunos incidentes relacionados con la pobreza y el racismo que padecen ciertos sectores de la población. Esto sucedía con Sarkozy al frente de la república francesa. Estos últimos días, en algunas ciudades de EE.UU. está sucediendo algo parecido; el desencadenante de las protestas y disturbios ha sido el asesinato de un chico negro a manos de la policía. Esto está sucediendo con Obama al frente del gobierno. Desde luego, concluir que el racismo o la marginación de ciertas clases sociales existe no es descubrir nada nuevo. En este sentido, no es sorprendente lo sucedido. Lo llamativo es que se haya producido bajo el mando de quienes se ha producido: gobernantes que, a priori, parecen compartir con las víctimas protagonistas de los incidentes una cierta identidad.

Lo peor no es que siga existiendo el racismo contra los negros en un país gobernado por un negro; esto es normal y comprensible: las tendencias culturales dominantes no se pueden borrar de un plumazo. Lo sorprendente es que ese presidente negro haga unas declaraciones y unas políticas respecto al racismo como las que haría un blanco poco sensible a la cuestión. Es decir, lo escandaloso es que el propio Obama (como gobernante) sea racista. Lo mismo puede decirse de Sarkozy, cuyos orígenes, en vez de acercarle a ciertos sectores marginados, no parecen jugar ningún papel en su sensibilidad a la hora de hacer políticas inmigratorias o sociales. En definitiva, que estos dirigentes no se identifican con aquello que, desde fuera, podríamos atribuirles (pues, si lo hicieran, sus discursos y actitudes serían otros). Obama no gobierna como quizá ingenuamente cabría esperar de un negro, no actúa con más sensibilidad respecto a las cuestiones raciales que lo haría un blanco.

Sin duda, si Obama fuera un negro del suburbio machacado por los problemas económicos y acosado por la policía, su discurso y visión sobre el tema serían muy diferentes. Esto nos tiene que hacer pensar que, en el actual sistema, la identidad no es algo que da el origen, o el color de la piel, o el sexo (en este sistema, cuando gobierna una mujer, los intereses de las mujeres están igual de mal defendidos que cuando gobierna un hombre). Por si no está claro: Obama en realidad no es negro, como Sarkozy no tiene realmente orígenes extra-franceses; el primero es estadounidense y el segundo es francés, esto es todo lo que importa. Su tarea es velar por los intereses de sus respectivas naciones. La identidad única y buena que se admite es la nacionalidad, todas las demás identidades se consideran sesgadas y enemigas de la identidad nacional. El discurso de fondo, tan inocente como engañoso, es algo así: “Da igual ser blanco o negro, todos somos estadounidenses”.


En Occidente cada vez es más difícil que los individuos se identifiquen colectivamente con algo que no sea su nacionalidad. Esto hace que, más allá de la alienación, un negro pueda ser racista, una mujer machista o un obrero clasista. Ahora, eso sí, muchos irían a la guerra por defender a su país. Pero,¿qué quiere decir un político hoy en día cuando apela, explícita o implícitamente, a la nacionalidad como aquello que une a todos por encima de cualquier otro rasgo identitario? Que la única identidad aceptable es la de posicionarse del bando de ciertos intereses económicos: los que, según ellos, hacen prosperar al Estado-nación. Así, podemos ver también que el carecer de una cierta identidad, digamos, étnica (por ejemplo, el no ser judío) no evita que esa identidad pueda ser defendida como algo propio si están en juego los intereses económicos adecuados. ¿Qué intereses económicos? Los de la nación; los tuyos no.

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