Hoy en día la solidaridad se ha
convertido en un producto de consumo más: se anuncia por la tele, hay
diferentes opciones para elegir la forma en que queremos ser solidarios, hay
diferentes modas o tendencias que se van sucediendo tanto en los formatos (como
la moda de enviar mensajes telefónicos a un número) como en el destinatario de
la solidaridad (ahora toca ayudar a las víctimas de tal catástrofe natural,
ayer tocaba ayudar a los refugiados de tal conflicto y mañana, otra cosa). No
voy a centrarme en la hipocresía de estas campañas (a veces apoyadas por
organismos oficiales que están en el origen mismo del conflicto para el que
piden solidaridad), en su inutilidad general (no son más que parches a muy corto
plazo y con efectos limitadísimos), ni en sus intereses ocultos (desviar parte
de los fondos recaudados para causas muy poco solidarias). Tampoco quiero
destacar el modo en que, a menudo, nos venden el producto solidario: usando el
sensacionalismo (por ejemplo, con imágenes morbosas). Otras veces, nos lo
venden mediante el espectáculo (como en el caso de los telemaratones y demás,
que tanta vergüenza ajena provocan). Quiero reflexionar sobre otros dos
aspectos, menos comentados y más nocivos, que se derivan del tratamiento de la
solidaridad como algo que se compra y se vende.
El segundo aspecto que me gustaría
apuntar es la consideración, por parte de algunos, del comercio de la
solidaridad como un mal menor. Según
esta opinión, aunque vender la solidaridad como un producto más de consumo
rápido y venderla apelando a lo más sensiblero o morboso no es lo ideal, es
mejor que nada. Es la misma idea que hay tras el discurso según el cual, puesto
que el actual sistema de cosas es el que es y no parece que se pueda cambiar, y
dado que no va a ser por principios un sistema respetuoso con el medio ambiente
y las personas, entonces lo mejor (=lo menos
malo dentro de todo) es conseguir que salga rentable ser respetuoso. Así,
por ejemplo, uno de los argumentos que los defensores de las energías
renovables consideran más potentes a favor de su causa es que el uso de esas
energías es realmente más rentable que el uso de otras fuentes de energía
tradicionales. Puede ser que consideren que este argumento es potente sólo de
cara a convencer a quienes quieren convencer (pues el argumento de la
rentabilidad es, en nuestro sistema, un buen argumento). Pero defender la
solidaridad apelando a su rentabilidad es una mala justificación. O, al menos,
es una defensa en los términos incorrectos que puede llegar a viciar nuestra
visión. Que cada uno piense cuál es el mejor argumento para defender la
solidaridad con otros seres humanos.
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