martes, 18 de febrero de 2014

Por arte de magia (parte II)

En el último post hablamos de la creencia que aún tenemos en ciertas formas de magia. A veces, la desesperación o el deseo hacen que queramos creer que las cosas pueden cambiar milagrosamente, por arte de magia. Pero esto no suele suceder -si es que sucede alguna vez. Por el contrario, las situaciones suelen presentar cierta resistencia al cambio y es necesario un cierto esfuerzo por nuestra parte. Hay que poner voluntad y trabajo para empezar a estudiar, para seguir una dieta que nos conviene, para hacer ejercicio, para fomentar las relaciones personales, etc. En definitiva, para ser y actuar como nos gustaría. En realidad ya sabemos que todo esto cuesta trabajo y que no hay soluciones milagrosas que nos hagan cambiar sin nuestra implicación, pero, pese a todo, nos resistimos a descartar las soluciones mágicas de una vez y vamos posponiendo el momento de empezar a actuar. Entre los factores que nos dificultan el cambio, creo que hay dos decisivos: la suposición de que cambiar requiere un gran esfuerzo y la suposición de que, pese al enorme esfuerzo necesario, el resultado no será gran cosa. (Es curioso que estemos deseando creer en ciertos resultados milagrosos cuando tal creencia no tiene pies ni cabeza y, en cambio, descartemos los resultados milagrosos cuando se deben a nuestro esfuerzo).

Como decía, lo que, a menudo, nos impide cambiar son meras suposiciones. ¿Tanto cuesta cambiar, digamos, un hábito? Seguramente menos de lo que nos imaginamos al pensarlo. ¿Compensa, por ejemplo, seguir una cierta dieta, privándose de ciertas cosas? Desde luego sí compensa si la mejora no es nimia. Y, contra lo que solemos pensar, la mejora podría no ser nimia en absoluto. Siguiendo con la lista del último post, repasemos las soluciones racionales, fundamentadas en creencias racionales, a los problemas o situaciones que allí expusimos. A veces, además, tales soluciones ofrecen resultados espectaculares, casi mágicos.

(i) Respecto a ser más guapo, joven, etc., lo más racional es reconocer las propias limitaciones y no esperar imposibles. Por lo que sabemos hasta ahora, ninguna crema nos va a convertir en guapos y jóvenes si no lo somos, ni va a hacer que nos crezca el pelo que no tenemos o cosas por el estilo. Por desgracia, tampoco hay otras soluciones más racionales para estas cuestiones. Sencillamente no hay solución. ¿O sí? Bueno, una solución ante los problemas de imagen es negarlos como problemas; es decir, interiorizar que no es un problema ser feo, viejo o calvo. Esta es una solución radical a los complejos. ¿Es muy difícil de implementar? No tanto como parece; se trata de ir dándole vueltas hasta que el peso de la razón se imponga. Y la liberación que produce es un resultado mágico.

(ii) En cuanto a los cambios que todos anhelamos y que tienen que ver con nuestra voluntad (estudiar, hacer ejercicio, cambiar ciertos hábitos, etc.), la buena noticia es que sí hay solución: ponerse a hacerlo. Nunca va a llegar el día de la gran inspiración en que no nos suponga esfuerzo; así que toca empezar a cambiar sin ganas y sufriendo. Luego sólo queda resistir así un cierto tiempo. Más bien pronto que tarde, veremos que no cuesta tanto como suponíamos. Y, lo que es mejor, a veces, se consiguen resultados mucho mejores de lo esperado. Un caso que ya hemos mencionado es la dieta. Adoptar una buena dieta tiene efectos milagrosos. Otro ejemplo es el del ejercicio: hacer ejercicio físico también puede tener efectos mágicos. Lo mismo para estudiar, leer, ayudar a los demás, etc.

(iii) Por último, lo más importante para el cambio es algo a lo que vamos a llamar ‘voluntad’. Como vimos en el post anterior, el amor no lo puede todo. Una madre puede querer mucho a sus hijos pero, a la vez, ser incapaz de dejar la droga sólo por amor a ellos (o por amor a sí misma). En cambio, una persona que verdaderamente quiere cambiar, cambia (ame o no a sus hijos). Parece que algo como la voluntad es más poderoso que el amor –desde mi punto de vista, la voluntad incluye al amor y lo supera. El misterio, claro, es cómo y por qué opera la voluntad. Pero el hecho es que depende de nosotros. Y esto es lo único que necesitamos saber para usarla. Naturalmente, la voluntad tiene límites (no es verdad que querer es poder), límites que, entre otras cosas, tienen que ver con los límites de nuestras capacidades. Pero la voluntad tiene menos límites que el amor. Se hacen muchas más cosas porque sí, porque uno quiere sin más, que por amor. Y los resultados de esos actos de voluntad pueden ser sorprendentes.

Como resumen final, para superar la resistencia inicial a todo cambio, hay que lanzarse a hacer las cosas sin pensar, aunque sea a disgusto. Y esperar; el disgusto no dura siempre. Luego sólo hay que recoger los beneficios casi milagrosos (pues, al final, ni cuesta tanto obtenerlos ni son tan exiguos como esperábamos).

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