jueves, 23 de enero de 2014

El peligro de dejarse llevar

En nuestra vida diaria muchas de nuestras acciones están automatizadas; las realizamos sin pensar, sin plantearnos no sólo si hay otra manera de llevarlas a cabo sino, lo que es peor, si realmente queremos ejecutarlas. Esto es un mal hábito que puede comportar consecuencias muy desagradables. Vivimos en un entorno saturado de publicidad, de mensajes, de consejos, y si no nos volvemos conscientes de nuestros actos (sobre todo, de los pequeños actos cotidianos), corremos el peligro de hacer las cosas como las hace todo el mundo o como está bien visto hacerlas o como dicen las autoridades que hay que hacerlas. ¿Cuál es el problema de esto? Pues que no nos demos cuenta de que lo que hacemos puede ir contra nuestros intereses. Tengamos en cuenta que tanto la publicidad comercial como los mensajes institucionales no responden a ninguna intención filantrópica. Siempre hay determinados intereses detrás; esto es claro en el primer caso, pero también es aplicable siempre o casi siempre al segundo. Así que dejarse llevar en ciertas acciones de la vida diaria puede ser cómodo, pero no conveniente. ¿En qué situaciones cotidianas nos dejamos llevar y qué consecuencias puede tener eso? Veamos algunas.

(i) A la hora de hacer la compra.
Si compramos de un modo automático, acrítico, no sólo es probable que compremos muchas más cosas de las que necesitamos, sino que es más fácil que adquiramos los productos de las marcas más publicitadas o conocidas. Esto no sólo atenta contra nuestro bolsillo, sino que, además, probablemente comporta que acabemos comprando lo que no nos conviene. Un caso que ilustra esto especialmente bien es la compra de los alimentos. Muy a menudo compramos cualquier cosa comestible que nos gusta o que es conocida, sin leer el etiquetaje. Craso error. Sólo con haber leído los ingredientes y la composición nutricional, y, claro, teniendo una información básica sobre lo que nos conviene comer y lo que no, seguramente no compraríamos lo que solemos comprar. Pero si nos dejamos llevar, muy fácilmente podemos acabar comprando lo que no queremos y no nos conviene (con el añadido de que sí es algo que otros quieren que compremos porque les conviene y ellos sí saben que les conviene), o comiendo lo que reflexivamente no querríamos comer.

(ii) Al informarnos y/o buscar opinión en los medios de comunicación.
Los medios de comunicación (prensa, radio, televisión) no sólo nos entretienen a veces sino que muchas otras nos sirven como fuente de información y opinión. Si por comodidad siempre nos informamos a través de los medios más conocidos (los que pertenecen a grupos poderosos y omnipresentes), corremos el riesgo de acabar concibiendo una parte de la realidad de una manera demasiado sesgada. Quizá podríamos pensar que somos inmunes a este sesgo ideológico. No lo creo. Aunque, a estas alturas, todos tenemos claro que la objetividad no existe –no puede existir- en el periodismo y cualquier medio se debe a la línea ideológica del que paga, continuamente nos estamos empapando de cierto lenguaje y de cierta manera de pensar. Creer que, aunque estés empapado, el agua no calará más allá de la ropa, es una ingenuidad. No es raro, por ejemplo, que, ante lo que en ocasiones los medios más conocidos presentan como actos de vandalismo o terrorismo, mucha gente –incluso gente muy preparada- acabe creyendo la versión oficial y empleando ciertos términos de forma tendenciosa (calificando a unos actos de terroristas y a otros no, cuando no habría una buena razón para tal distinción). En todo conflicto, siempre a hay que atender a todas las partes e intereses. Lo más cercano a la objetividad sería la suma del mayor número de subjetividades (aunque luego, naturalmente, nos decantemos por una de las partes). Aunque cueste trabajo, hay que buscar información también en medios alternativos, pequeños, menos accesibles, diferentes, con otros intereses. Si nos dejamos llevar por la mayor accesibilidad de los grandes canales de información, acabaremos viendo el mundo como ellos (y lo que es peor, hablando como un vulgar tertuliano).

(iii) Ante lo que nos dicen o mandan las autoridades (médicos, profesores, instituciones, etc.).
Hay que respetar al que sabe, pero aún más a la sabiduría (hay que ser, como dicen, amigo de Platón, pero más amigo de la verdad). Siempre deberíamos tener presente que el error, la ignorancia y la limitación pueden afectar a cualquiera por mucha autoridad y reconocimiento que tenga. Si nos dejamos llevar por la comodidad de hacer lo que nos dicen, sin pedir ni buscar razones, podemos acabar engañados sobre la verdad, dañando nuestra salud o, en definitiva, actuando contra nosotros mismos. Quizá no haya que estar cuestionando a la autoridad constantemente (especialmente si es una autoridad competente en algún campo del saber y con cierta solvencia), pero, a la hora de tomar decisiones que nos afectan de manera importante, no podemos delegar y simplemente hacer caso a alguien más listo. No. Hay que escuchar al que más sabe y comprender, en la medida de nuestras posibilidades, lo que nos dice. Esto implica preguntar, indagar, leer, hablar, etc. hasta quedar persuadidos o no por la voz de la autoridad (y a veces no nos convencerán). No hay que temer preguntar ni ser escépticos ante lo que no nos parece razonable; los mejores profesionales que he conocido alientan esta actitud y reconocen sus  propias debilidades.

Resumiendo, hay que sacudirse la pereza y actuar de manera más consciente y responsable: analizando lo que hacemos y por qué lo hacemos. Dejarse llevar en nuestra vida diaria puede implicar acabar obrando contra nuestros intereses; es decir, acabar actuando como nunca lo haríamos si reflexionáramos. Con el agravante de servir a intereses ajenos (seguramente la razón más estimulante para abandonar la pereza y tomar las riendas).

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