lunes, 25 de noviembre de 2013

La razón y la motivación

Algunas afirmaciones razonables de entrada, como ‘No hay que consumir irracionalmente’ o ‘hay que procurar contaminar menos’, son ampliamente compartidas en la población. Otra cosa es que actuemos en consecuencia… (dejo para otro post el análisis de la divergencia entre la razón y la práctica). Hoy quiero centrarme en el caso de algunas afirmaciones que también nos parecen razonables a algunos pero sobre las que no hay tal acuerdo general. Algunos ejemplos de esto último: ‘No siempre lo más caro es lo mejor (-de hecho, casi nunca)’, ‘Es mejor estar informado que vivir en la ignorancia’, ‘También es cuestionable lo que dicen los expertos’. Por muy razonables que nos resulten estas frases a algunos, hay, sorprendentemente, mucha gente que las niega tranquilamente. Esto se traduce en que, por ejemplo, muchos pagan convencidos un precio más elevado por un producto innecesariamente, otros muchos defienden que es mejor no leer el etiquetado de los productos que compran para no complicarse la vida, y muchas personas no permiten la más mínima crítica al consejo de un experto aunque tal consejo atente contra la razón.

Este fenómeno de la falta de consenso en algunos casos acerca de lo que es razonable siempre me ha inquietado. ¿Por qué los demás no consideran razonable lo mismo que yo? No se trata de una cuestión de gustos donde todos son igualmente aceptables; se trata de razonamientos, la razón tiene que sucumbir ante los mejores. Pero, ¿por qué, por ejemplo, algunas –demasiadas- personas aceptan el principio de autoridad aun cuando no es una buena guía para la razón? ¿Por qué algunas personas son incapaces de cambiar de opinión aunque se les presenten poderosos argumentos en contra? ¿Por qué muchos creen que gastar lo mínimo es demasiado austero y, en última instancia, perjudicial para la economía? ¿Por qué, en definitiva, no podemos ir todos a una guiados por la razón y no por impulsos?

Para intentar comprender esta divergencia en las maneras de pensar, quizá es bueno analizar más formalmente qué sucede cuando hay divergencias de creencias. Cuando se formaliza un cierto razonamiento, a menudo es posible descomponerlo en un número de premisas y una conclusión. Si la conclusión no se sigue de las premisas, entonces es muy fácil mostrar que el argumento es incorrecto y su proponente estaba equivocado. El problema se da cuando el argumento es correcto (la conclusión se sigue de las premisas) pero la conclusión nos parece falsa; en tal caso, alguna de las premisas tiene que ser falsa. Puede ser que identifiquemos rápidamente qué premisa nos parece falsa, pero aun así no tiene por qué ser fácil desacreditar al proponente del argumento, pues algunas afirmaciones nos pueden parecer falsas a nosotros y verdaderas a otros (como, por ejemplo, ‘Dios existe’ o ‘La vida es un sueño’). ¿De qué depende que respaldemos o no una premisa? De los indicios que tengamos en su favor.

Así, la divergencia de opiniones de la que tratábamos inicialmente puede deberse a varios motivos. Uno de ellos es que, si consideramos la afirmación que defiende una parte como la conclusión de un argumento, la afirmación podría no seguirse de lo que cree la parte que la defiende. Es decir, a veces la gente razona mal porque cree que de una afirmación se sigue otra, cuando no es así, y acaba afirmando falsedades. Pero, concediendo que ambas partes razonan formalmente bien, ¿a qué se debe la divergencia de opiniones? A que derivan sus opiniones de afirmaciones que la otra parte considera falsas. Y, ¿por qué las considera falsas la otra parte? Porque lo que, para una parte, son indicios a favor de una afirmación, no son indicios suficientes para la otra parte. Por ejemplo, supongamos que alguien apoya su afirmación de que Dios existe en la veracidad del testimonio de los 4 evangelistas y, a su vez, usa como indicios de la veracidad de esos testimonios el hecho que hay muchos otros testimonios de que esos hombres eran buenos y sinceros, el hecho que no parece haber ningún buen motivo para que se inventaran lo que escribieron, el razonamiento que si tanta gente ha creído en lo que dicen los evangelios por algo será, etc. Sin embargo, todos esto supuestos indicios pueden no serlo para otro individuo, lo que, al final, le lleva a no estar de acuerdo con la conclusión de su contendiente.

Así que la divergencia se plantea al nivel de los indicios que apoyan las afirmaciones de las que derivamos conclusiones. Por eso, creo que al enfrentar nuestro parecer al de otro, lo mejor, si hay voluntad de comprender y consensuar, es ir rápidamente a discutir las bases de las afirmaciones y los indicios que apoyan esas bases. De este modo, se ve más claramente dónde está realmente la divergencia, pues los indicios suelen ser creencias muy básicas. Creo, además, que hay indicios más razonables que otros. Sin embargo, muy pocas veces he visto que la gente abandone sus indicios como poco razonables. Generalmente, las personas se aferran a sus indicios como algo irrenunciable (aunque entren en contradicción con los indicios que defienden para apoyar otras afirmaciones). ¿Qué hace que una persona cambie respecto a lo que admite como indicios a favor de algo? Mi hipótesis es que el motor del cambio (en este caso a lo más razonable, que es lo que interesa) es la motivación o interés. Las poquísimas veces que he visto renunciar a alguien, incluida yo misma, a sus indicios han sido ocasiones en que la persona estaba motivada. No motivada para cambiar de opinión, sino motivada por el tema que se discutía, con un interés personal por llegar a la verdad. Sin motivación, el inmovilismo (con el peligro de estar encallado en una postura poco razonable) está prácticamente asegurado.

En definitiva, la divergencia respecto a lo razonable existe porque la diversidad de nuestras vidas nos lleva a cada uno a adoptar indicios diferentes. Sin embargo, hay indicios más razonables e indicios menos razonables. Pero, cuando se ha llegado al nivel de los indicios, la razonabilidad no es suficiente porque la gente los considera principios. Y para abandonar los principios hace falta estar tan motivado por un tema como para cuestionarse hasta los principios asumidos. Así que creo que el camino de la razón es, a veces, la motivación. Si un tema no me interesa, creo que es más difícil (o más dependiente del azar) llegar a tener la opinión más razonable al respecto. Ahora bien, por qué unas personas están motivadas por algunos temas y otras no, y cómo se genera la motivación, es algo que se me escapa. Aunque los buenos profesores y los buenos discursos saben motivar.

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