viernes, 18 de octubre de 2013

Un ejército de esqueléticos

Ayer, paseando por la Meridiana de Barcelona, vi una señora parada en medio de la acera con un aspecto sobrecogedor. Estaba exageradamente flaca, recordaba a un esqueleto. Inevitablemente pensé en las imágenes de los prisioneros de los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. Aparte de mí, un turista que esperaba en un semáforo también miraba a la señora de reojo como asegurándose que sus ojos habían percibido bien. Aunque la señora parecía pasar desapercibida para los demás, estaba visiblemente fuera de la normalidad. Imaginándome los motivos de su estado, barajé, claro, la posibilidad (bastante probable) de alguna enfermedad, pero quise hacer el ejercicio de suponer que estaba desnutrida por no tener medios económicos para alimentarse adecuadamente.

Supongamos que fuera así, ¿qué cambiaría respecto al caso de una enfermedad? Bueno, creo que pensaríamos que un estado así por falta de medios económicos es una injusticia evitable; en cambio, ciertas consecuencias de algunas enfermedades son inevitables o difícilmente controlables. El mismo efecto podría tener una causa natural o una causal social. Los efectos que se derivan de causas naturales no son justos o injustos, sólo son. Los que se derivan de causas sociales pueden ser justos o injustos. Cuando son injustos nos generan una rabia y un desasosiego especiales. Ahora bien, una cosa es lo que se piensa o lo que se siente, y otra cosa es lo que se hace.  Los que miramos a la mujer, al menos el turista y yo, no podíamos saber a qué respondía su estado. Enseguida uno piensa que, bueno, por hambre no será porque en este país no suceden estas cosas. Pero, ¿cómo lo sabemos? Podría haber sido el caso que no pudiera económicamente acceder a una correcta alimentación, pero no hicimos nada ante un esqueleto famélico delante nuestro.

Aunque, claro, por otro lado, uno no debe meterse donde no le llaman; la vida entre anónimos indiferentes es así (también con todas sus innumerables ventajas). Entonces pensé en si se trataba de una cuestión de número; quizá podríamos tolerar cerca un caso así, incluso alguna muerte por falta de acceso a la comida, pero no muchos casos. Si a partir de mañana empezáramos a cruzarnos habitualmente con personas en ese estado, ¿qué haríamos ante una legión de esqueléticos desperdigados por las calles? ¿Supondríamos que son todos anoréxicos o enfermos, con lo que sería un problema médico, y no haríamos nada? Me parece que, aunque nos aseguraran que se trata de una legión que no tiene para comer, seguiríamos sin hacer nada. ¿Por qué? Bueno, porque tendemos a pensar en los siguientes términos: ni la causa ni la solución a ese problema depende de nosotros, hay gente con mala suerte, estamos en un mundo que desgraciadamente implica ese tipo de consecuencias para algunas personas. Es decir, pensaríamos en términos de fatalidad. Aunque pensamos que distinguimos entre causas naturales y causas sociales, tendemos a pensar y a actuar todavía como si el orden social fuera un orden natural[1].


[1] Dedicado al chico muerto de hambre en Sevilla.

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