miércoles, 16 de octubre de 2013

¿Consumidores o seres racionales?

Los seres humanos tenemos muchas facetas. Entre nuestras facetas sociales, públicas, están, por ejemplo, la de votante, la de contribuyente, la de trabajador, y también la de consumidor. Ésta última es especialmente destacada en los análisis de las sociedades modernas. Estableciendo el paralelismo con nuestra condición de votantes, a menudo se recalca que nuestra condición de consumidores nos otorga un cierto poder: el de aumentar o disminuir la cuota de mercado de las empresas que nos venden los productos, y, en definitiva, darles o quitarles beneficios. Además, como ejercemos cada día nuestra condición de consumidores –a diferencia de nuestra condición de votantes, por ejemplo- parece que es una de las facetas que nos proporciona un mayor poder de decisión y de actuación. De hecho, el fenómeno de las asociaciones de consumidores ha nacido, crecido y encontrado su apogeo en la exaltación de esa condición nuestra, la de consumidores, que parece capaz de incidir en el mercado, la esencia de nuestra economía, de una manera que nuestra participación en política no parece poder hacer[1].

Ahora bien, como siempre, deberíamos ser críticos con toda etiqueta que nos cuelguen, así como con las ideas asociadas a ésta. Por un lado, es obvio que la libertad que se presupone en las elecciones que hacemos al consumir está coartada o condicionada por el influjo de la publicidad, por los monopolios presentes en el mercado, por las modas, por los precios dictados por la especulación, etc. No es verdad, por tanto, que el actual estado del mercado sea un resultado de la voluntad de los consumidores y, mucho menos, de su deliberación crítica. Si la ley de la oferta y la demanda tiene algún peso en algún sector del mercado, desde luego no se trata de una ley guiada por las decisiones conscientes de los compradores.

Por otro lado, ¿es verdad que somos consumidores? Y si es así, ¿en qué medida es necesario que lo seamos? ¿Somos consumidores por voluntad propia? ¿Cómo es que sólo el hombre de las sociedades modernas es consumidor (en el sentido en que hoy en día entendemos ‘consumidor’)? Si sólo adquiriéramos lo necesario para llevar una vida digna, difícilmente podríamos ser catalogados como consumidores modernos (pues salvo el alimento, el resto de cosas se comprarían muy de tanto en tanto). Precisamente, el consumidor es el que destina buena parte de su dinero a comprar lo que no necesita, cosas como las que se anuncian por la televisión. No estamos necesariamente abocados a ser consumidores, aunque se haya equiparado al hombre moderno con el consumidor. Una reflexión a fondo sobre el supuesto poder que se nos atribuye como consumidores tiene que hacernos sospechar que hay intereses en que creamos que nuestro poder reside en nuestras decisiones sobre lo que consumimos. ¿Podría interesar a alguien que nos consideremos a nosotros mismos principalmente consumidores en tanto que agentes sociales? La pregunta se responde sola.

Un apunte final para los que creen que, en general, hasta ahora, la función de las asociaciones de consumidores, en tanto que defensoras de ciertos derechos, ha sido positiva. Bien, dado el actual estado de cosas (nuestra sociedad de consumo con sus autoproclamados consumidores), la contribución de estas asociaciones ha sido positiva: si no existieran, las cosas nos irían peor. Pero, admitido esto, estas asociaciones contribuyen a asentar la idea que nos hemos convertido en consumidores y que nuestro poder social radica en ello. La crítica que hacen estos defensores de los derechos es superficial, sesgada: critican los abusos a los que una parte del mercado (el vendedor o, a veces, el legislador) somete a otra parte (el comprador). Y tienen razón en sus reivindicaciones. Pero hay que darse cuenta que esto es una lucha parcial. Una crítica profunda nos lleva a una crítica y lucha totales: a criticar nuestra propia consideración como consumidores, a defender la actuación racional de los seres humanos. Lo que nunca dicen las asociaciones de consumidores es que consumir de un modo radicalmente crítico es, básicamente, dejar de consumir.


[1] Cada vez más, tenemos la sensación que al elegir una opción política, elegimos unos determinados programas políticos que, aunque pueden tener consecuencias económicas, no deciden sobre el futuro de los mercados ni sobre el posicionamiento de las empresas dentro de éstos.

2 comentarios:

  1. Te matizaría la diferencia entre consumidor y consumista.
    El consumidor (al que se le presupone un criterio racional sea minimalista o no) puede ejercer de grupo de presión con el voto de su consumo, pero el consumista (que es el que gustan y buscan la publicidad) ese solo es una marioneta sin criterio propio y nunca por lo tanto se comportará como grupo de presión.
    Disiento de la frase “que consumir de un modo radicalmente crítico es, básicamente, dejar de consumir.” Es a mi modo de entenderlo dejar el consumo compulsivo, solo consumir lo necesario (siendo para cada uno distinta la necesidad).
    Un saludo

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Entiendo la diferencia que apuntas, y me parece razonable. Lo que pasa es que, como me parece que lo necesario es cada vez menos, al final, no hay necesidad de consumir prácticamente nada (si exceptuamos el alimento, los servicios energéticos y poco más). Pero, claro, como dices, cada uno concibe lo necesario de maneras distintas. A mí una prenda de ropa puede durarme 15 años y para otra persona esto es exagerado. Pero también sucede que hay gente que considera equilibrado comprarse cada mes alguna prenda de ropa. No creo que esto último sea un consumo compulsivo, pero tampoco me parece racional.

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