jueves, 12 de septiembre de 2013

La doctrina de Hamlet

Hace unos días me topé con una expresión feliz: ‘la doctrina de Hamlet’ (bueno, la leí en inglés: ‘the Hamlet doctrine’). Según explicaban, tal doctrina constituye la paradoja moderna de nuestras vidas; consiste en saber demasiado y no hacer nada, tal como le sucedía a Hamlet. Me gustó la expresión porque me pareció un buen meme para catalogar muchas de nuestras prácticas. Repasemos algunas:

(i) Pese a ser plenamente conscientes de las consecuencias negativas que comporta para nuestro planeta, no hacemos nada para cambiar nuestros hábitos de consumo. Seguimos consumiendo mucho más de lo necesario: continuamente tiramos comida que por despiste ha caducado, compramos cosas que ni siquiera llegamos a estrenar, vamos de compras para desestresarnos, gastamos dinero para sustituir objetos funcionales pero pasados de moda, etc. Y sabemos que todo lo que consumimos tiene un coste elevado en materias primas, en contaminación, en horas de trabajo.

(ii) No ponemos en práctica lo que sabemos que es beneficioso para nuestra salud. Dejando al margen las directrices concretas sobre cómo alimentarse, todos estamos de acuerdo en que determinados hábitos son nocivos para la salud: fumar, beber alcohol –al menos, en exceso- no hacer ejercicio, forzar el organismo… Pero no hacemos nada para dejar esos hábitos. Con el agravante que algunos de ellos (fumar, beber) también nos hacen incurrir en lo descrito en (i).

(iii) Aunque reconocemos que lo más importante en la vida es tener la conciencia tranquila y dedicar el tiempo que podamos a lo que nos hace felices y a los que nos hacen felices, solemos no hacer nada para cumplir este objetivo. A menudo, en lo que depende de nosotros, llevamos vidas que no nos gustan y que sabemos que acarrearán consecuencias indeseables y, sin embargo, no intentamos llevar una vida acorde con lo que pensamos.

Como especie, la discordancia más grande entre lo que sabemos y lo que hacemos, se da en el campo de la Política (con mayúsculas: política en el sentido del arte de convivir juntos razonablemente bien). Conocemos las injusticias que cometemos y las condenamos, pero seguimos cometiéndolas. ¿Qué se podríamos hacer a nivel particular? Todos sabemos lo que está en la mano de cada uno: consumir responsablemente (es decir, prácticamente no consumir), protestar por todos los cauces disponibles, presionar, boicotear a los que contribuyen a la injusticia, ayudar a las víctimas, apoyar a los que se posicionan contra la injusticia. ¿No es esto más razonable que mirar para otro lado?

La dicotomía entre el pensamiento y los actos no sólo genera una perpetua frustración, sino que hace que lo que pensamos no valga nada, pues en nada se traduce. Vivimos con la insatisfacción de ser juzgados por unas prácticas con las que, en el fondo, no estamos de acuerdo. Y de nada sirve intentar aplacar la mala conciencia y juzgarnos a nosotros mismos según lo que pensamos; sólo valen los hechos. ¿Por qué el ser humano a menudo sólo parece dispuesto a mejorar ante un ultimátum? ¡Qué naturaleza tan rara!

2 comentarios:

  1. Es cierto. Somos víctimas del consumismo descontrolado. En mi caso, sólo compro objetos usados y antiguos. No me gusta lo moderno.

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  2. Gracias por comentar. La verdad es que, aparte de la alimentación, hace falta comprar muy poco (incluidos objetos usados y antiguos, no?)

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