lunes, 19 de agosto de 2013

Crítica publicitaria

Hoy inauguro una serie de posts sobre la publicidad comercial de productos. Me parece que la publicidad juega un papel clave tanto en nuestra visión del mundo moderno como en algunos hábitos de conducta. Lo preocupante es que esos hábitos o esa visión del mundo no se correspondan bien con nuestros intereses, bien con la verdad. Como todos sabemos, la publicidad engaña, manipula y pretende inducir ciertos comportamientos. Sin embargo, pese a ser todos conscientes de las pretensiones de la publicidad, ésta muchas veces alcanza sus fines. ¿Cómo lo consigue? Siguiendo diversas estrategias, más o menos sutiles. Una de ellas, habitualmente poco sutil, consiste en apelar a nuestro lado más emotivo o subconsciente, asociando un determinado producto comercial con el éxito o la aceptación sociales. Otra táctica, más elaborada, consiste en apelar a la razón; por ejemplo, dando por sentada -o intentando convencernos de- la existencia de un cierto problema (generalmente inventado) para el que se propone una solución.

Veamos ejemplos de esto. A la primera estrategia recurren a menudo los anuncios de colonias, desodorantes, cremas, coches, teléfonos móviles, bebidas alcohólicas… En estos anuncios se suele asociar el consumir un determinado producto con un cierto éxito social, bien porque estaremos más atractivos, bien porque estaremos a la última, o porque nos relacionaremos mejor. Esta primera estrategia no excluye la segunda anteriormente mencionada y, así, productos como las cremas o los desodorantes típicamente también apelan a la segunda estrategia: exponer o dar por hecho que hay un problema, y que se soluciona con el producto anunciado. A esta segunda estrategia se suman generalmente todos los anuncios de productos de limpieza del hogar, ambientadores varios, alimentos enriquecidos, etc.

Me parece que, siendo conscientes como somos de lo que persigue la publicidad, la primera estrategia que he mencionado se nos hace evidente y enseguida apreciamos el tono exagerado de los anuncios, por ejemplo al insinuar que conquistaremos fácilmente a alguien por llevar una cierta colonia. El peligro viene porque, pese a apreciar el engaño, la presentación del producto suele ser muy atractiva: usa como gancho una belleza que nos fascina y que no conseguimos desvincular del todo del producto. En cambio, no solemos apreciar el tono también exageradísimo de los anuncios que siguen la segunda estrategia. A mi alrededor veo a muy poca gente dispuesta a cuestionarse si realmente necesitamos usar, por ejemplo, desodorantes, cremas de protección solar, geles de higiene íntima, desinfectantes ultra potentes para el baño, etc. Estos productos se presentan como la solución a un problema que realmente no hay y, por tanto, no hace falta solucionar. Sin embargo, no es raro que la gente considere que hay que usar desodorantes, cremas, productos para el pelo, suavizantes para la ropa, etc.

Las dos estrategias publicitarias, entre otras que puede haber, se combaten sobreponiéndose a la fascinación (principalmente estética) de los mundos que crea la publicidad y usando la capacidad crítica. Como, sin duda, la lucha contra la incitación al consumo (siempre o casi siempre innecesario) de la pubilicidad merece más atención y concreción, dejo para futuros posts la tarea de hacer crítica publicitaria de un modo más concreto que en este primer post más general. De todos modos, me gustaría acabar con una reflexión: se puede vivir muy cómodamente sin consumir NINGUNO de los productos que anuncian por la televisión, la radio o las revistas. De hecho los productos necesarios – como las sardinas frescas, las manzanas, las novelas de Kafka, las ollas o la ropa que no es de marca- nunca, o prácticamente nunca, se anuncian en los medios.

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